Venezuela atraviesa hoy, me atrevo a decir, la peor crisis de su historia moderna. Al borde de una crisis humanitaria debido a la escasez de alimentos y medicinas, en medio de plena  ingobernabilidad, producida por el modelo político dominante y con recursos limitados para hacer frente a sus compromisos; la otrora potencia petrolera mundial ha sido reducida a escombros.

El colapso al que ha sido sumergido la población, es el resultado de un proceso largo y calculado de más de 17 años, durante los cuales el gobierno nacional, fundamentado en esa venta de ilusiones propia del populismo salvaje, esculpió un país en el que hizo desaparecer paulatinamente, pero de manera efectiva, la independencia de los poderes públicos, la seguridad jurídica, la libertad de prensa, el aparato productivo nacional, las libertades económicas y, construyendo sobre esa base, un modelo de control estatal que condiciona la vida, el presente  y futuro de todos los venezolanos.

Esta realidad imperante, ha generado  un desequilibrio estructural en el mapa de gobernanza del país y, con ello, la ausencia de toda posibilidad de diálogo entre los diversos sectores de la vida nacional. Así también, sirvió de terreno fértil para sembrar las más graves distorsiones, provenientes de un modelo basado en  un estado es todopoderoso, bajo el cual,  la corrupción, el abuso de poder, el nepotismo y la arbitrariedad se han hecho parte de la cotidianidad, en un país donde la palabra “democracia”  no cobra su propio  significado cuando se contrasta con la realidad que padece el ciudadano común, indefenso y maniatado por una dependencia del estado casi esclavizante.

Para dimensionar la situación actual, Venezuela recibió cada uno de esos 17 años,  un promedio de US$ 56,500 millones[1], por venta de petróleo, el mayor ingreso petrolero en la historia del país, alcanzando un total de US$ 960,000 millones en dicho periodo (1999-2015). Paradójicamente, el resultado de este ingreso ha sido un desequilibrio macroeconómico sin precedentes, donde la devaluación de la moneda, inflación, escasez y el colapso inminente de los servicios públicos esenciales como la electricidad y el agua potable, han sido el resultado.

Podría considerarse que el colapso general  es consecuencia de la ineptitud, incapacidad e ignorancia de los gobernantes de turno, el primero dominando la escena por los primeros 15 años, y su sucesor, miembro del mismo partido, por estos últimos tres años, cuando la inercia del modelo ha hecho estragos. Resulta difícil atribuir esta situación a dicha descripción, pues por muy ignorante que alguien pueda ser, no rectificar ante el fracaso evidente, por mucho costo político que esto pueda significarle, no puede ser superior al costo de ver al país en ruinas bajo su mandato; por esto, no queda sino concluir que Venezuela  ha sido objeto de una estrategia deliberada de dominación, con el fin de perpetuar a un pequeño grupo en el poder, aprovechándose inicialmente del sistema democrático para desvirtuar su esencia a través del control de las instituciones, con el fin de hacer legal la injusticia y procurarse así un “traje a la medida” que permite actuar a sus anchas.

En el marco de este proceso, son múltiples las estrategias de poder e influencia que el gobierno ha procurado con el fin de mantener el control. Por una parte su discurso y la narrativa gubernamental, pretendiendo siempre mantener la idea de un enemigo imaginario, inventado  por el propio gobierno, para sembrarlo en la mente de una población cada vez menos educada; el control y la asfixia del aparato productivo como el icónico y evidente caso de Empresas Polar, el incremento del aparato del estado y la nómina del sector público; el incremento del gasto militar para mantener “los negocios” fluyendo en el sector, el encarcelamiento de liderazgo opositor, el uso del tribunal supremo, ilegalmente designado,  como un verdugo de la justicia, el uso de la violencia como arma política, la repartición de beneficios a sus aliados internacionales con el fin de financiar la franquicia del modelo “socialista revolucionario”, el uso de la venta de petróleo como herramienta geopolítica para obtener neutralidad de los organismos internacionales ante denuncias de violaciones democráticas y de Derechos Humanos, en fin, decenas de estrategias hilvanadas para producir el efecto actual, en detrimento de la calidad de vida del pueblo venezolano y de las oportunidades de futuro de sus nuevas generaciones.

Resulta preocupante la complicidad y el oportunismo  demostrado por algunos países de la región, aquéllos que, beneficiados de la generosa chequera venezolana, obvian  que la interdependencia de nuestros pueblos exige un comportamiento solidario, no con los gobiernos de turno, sino con los ciudadanos que sufren, a veces incluso sin saber la causa, de las pésimas  decisiones que ellos mismos tomaron al favorecer con su voto a un determinado actor político. Los mecanismos de regulación y supervisión de la democracia, a nivel supranacional, deben garantizar a los pueblos sus derechos fundamentales. No se trata sólo de la protección de los derechos humanos, sino de reforzar el cumplimiento de los “deberes humanos” que tienen los gobiernos con sus ciudadanos.

Esto supone, por ejemplo, la obligación de evitar muertes por falta de medicamentos, como el sentido caso del pequeño Oliver hace pocos días, un niño de apenas 8 años quien, a pesar de haber  reclamado públicamente sus derechos, no obtuvo respuesta alguna de quienes están allí para garantizarle una oportunidad de vida; y  como él, son miles quienes sufren de la forma mas cruel y angustiosa la actuación de un gobierno sin escrúpulos, sin alma y sin corazón. Una tragedia vive Venezuela, un ejemplo que toda América Latina debe conocer, ningún país debería repetir y ningún pueblo debería desearlo para sí mismo.

Hoy se llama nuevamente a un diálogo, Zapatero ha sido el mediador escogido. Para que cualquier  diálogo sea medianamente efectivo, las partes deben compartir un terreno común, un interés común.  En el caso venezolano,  el gobierno sólo sabe de monólogos autoritarios;  sin embargo,  es imposible no participar, agotar todas la vías que puedan conducir a una negociación efectiva para recuperar la gobernabilidad, la buena gobernanza y salvar la vida de millones de venezolanos.

Venezuela es hoy el país que pudo ser y no fue, pero estoy seguro que el esfuerzo noble de tantos venezolanos comprometidos, dentro y fuera de Venezuela, promoviendo  un cambio que permita la reconstrucción del pacto social, contribuirá a levantar a  ese país que será referencia para el mundo, al viabilizar que la libertad, pueda encontrar de nuevo su camino.

[1] Fuente: Ecoanalítica