La miseria, violencia e ignorancia en la que se encuentra sumergida Venezuela, ha sido el resultado de la gestión e incapacidad de un histórico de gobernantes que, desde diversas aproximaciones y en diversas escalas, no han sabido elevarse más allá de sus intereses personales o partidistas para construir un país de oportunidades. Hemos construido en el tiempo un país donde la desigualdad resulta inexcusable y donde todo el potencial que tenemos para ser potencia se ha desperdiciado en intentos fallidos de procurar progreso y bienestar.

Así y a lo largo del tiempo, han intentado vendernos una forma de vernos y entendernos a nosotros mismos como un país “rico”, cuando en realidad somos pobres, muy pobres, sobretodo en voluntad política y continuidad de aquellas decisiones orientadas a satisfacer las necesidades reales de un pueblo que requiere, como mínimo, certidumbre en 5 elementos básicos para progresar: Educación, Salud, Trabajo, Seguridad e Infraestructura.

Fue así que hace poco más de una década, los ojos y oídos de millones de venezolanos, defraudados por un modelo de país esculpido por una clase política egoísta, miope e ineficaz, voltearon a prestar atención a la flauta mágica de un vendedor de ilusiones que prometió, como todos los demás, la solución a nuestros problemas, la simplificación del aparato del Estado, el combate a la corrupción, la educación como pilar fundamental del desarrollo, entre otras tantas promesas incumplidas, desde las más relevantes hasta las más mundanas para el bienestar colectivo.

Su estrategia a lo largo de todo este tiempo ha consistido en la renovación permanente de la esperanza, el manejo de un discurso siempre “futurista” (todo esta conjugado en ese tiempo verbal), pues no habla de resultados sino de lo que vendrá y que nunca llega. Ha transcurrido ya más de una década de nuestras vidas que ha resultado perdida, con la promesa de que algo bueno vendrá y nunca termina de llegar; mientras tanto, todos envejecemos sumergidos en una incertidumbre permanente que limita, censura e intimida; y nuestros hijos crecen para darse cuenta que su futuro es cada vez más incierto y las oportunidades cada vez menores, salvo que en el “proceso” estas estén atadas a un “compromiso irrestricto con la revolución bonita”.

Cuánto atraso, cuánta demagogia, cuánto populismo y cuanta desesperanza llena hoy el corazón de tantos ciudadanos venezolanos, esos a quienes el vendedor de ilusiones rechaza, excluye y margina, al no entender su rol y asumir la verdadera misión que le fue asignada, en lugar de la fantasía heroica en la que vive. Mientras tanto, los venezolanos sobrevivimos a la angustia de no morir en la calle, conseguir un empleo digno y bien remunerado, ser atendidos en un centro de salud decente y con insumos, o simplemente procurando la tarea de conseguir la mejor educación posible para nuestros hijos.

El vendedor de ilusiones sólo tiene eso para vender: ilusiones, espejismos de progreso, en el desierto en el que ha convertido al sector productivo nacional, limitando nuestra capacidad para producir, competir, exportar y crear empleos dignos que generen bienestar. El confundir el rol del Estado y limitar las libertades, en una visión absolutista y autoritaria no es sólo un error, resulta un crimen contra la patria. Es esa actitud la que espanta a quien desea invertir, que obliga a reducir lo que existe a su mínima expresión por el temor que produce la incertidumbre, la falta de seguridad y de garantías; fórmula para sumergir a todo un país en un espiral de destrucción que va dejando todo en ruinas a su paso.

Aun así, la política es continuar la venta de ilusiones, tratando de convencernos (y lamentablemente con éxito en algunos todavía), de que la incapacidad no es tal, que nuevas promesas se harán realidad más adelante; disfrazando de logros lo que realmente es el resultado de arrebatar lo que legítimamente se posee, para hacer creer a los incautos que lo que hoy existe es obra de la “revolución”.

Es a este vendedor a quien no se le puede comprar una ilusión más, porque cada vez que hacemos una compra, nos vende a crédito y los intereses nos desangran y arruinan, mientras sigue sin comprender que su trabajo no es renovar esperanzas en cada elección para resultar favorecido con el voto en su proyecto personal; sino el proyecto de vida de millones de venezolanos quienes, independientemente de sus simpatías políticas, de su pensamiento, de sus creencias o incluso de sus prejuicios, merecen la misma oportunidad, el mismo respeto y el mismo trato ante las leyes, siempre y cuando por supuesto, hayan sido promulgadas sobre una base plural de pensamiento y justa en la incorporación de la visión de país de todos quienes hacemos vida en él.

Por ello, los procesos electorales de este año 2012 son tan importantes, porque es aquí donde podemos decir: no más ilusiones. Queremos realidades construidas sobre una base que represente a todos, que respete a todos, que incluya a todos. Es así como podremos contribuir a que muchos conciudadanos vuelvan a la sobriedad, después de la borrachera que les ha producido el discurso del vendedor de ilusiones.

Si queremos un mejor país no pretendamos que alguien lo construya por nosotros, cada quien tiene en sus manos la herramienta fundamental para hacerlo, el voto consciente, bien pensado, ese que nos obliga a escoger no solo por el carisma de un candidato, no por las promesas vendedoras de ilusiones, sino por las competencias y credenciales que tenga para hacer el trabajo por el que le estaremos pagando todos, haciendo trascender nuestros procesos electorales de un simple concurso de popularidad.

Sólo así, con el trabajo, esfuerzo y dedicación de cada uno de nosotros, produciendo un fuerte cambio cultural y de pensamiento en relación a cómo queremos convivir como ciudadanos, y cómo debemos entender lo público y lo privado, podremos hacer de nuestro país un lugar en el que todos queramos vivir y podamos hacerlo en paz con progreso y bienestar; y que aquellos venezolanos que nos han dejado para buscar oportunidades en otras tierras, sientan la necesidad imperiosa de regresar a casa para ayudarnos a reconstruir lo que es nuestro…! de todos!