Cuando se habla en el mundo corporativo de Responsabilidad Social Empresarial (RSE), aun se aprecian organizaciones que visualizan a esta actividad como un adendum, una especie de anexo inconexo a su estrategia de negocios. Aquellas que mantienen esa práctica, se alejan de la visión que debe primar para una efectiva relación organización- entorno, así como de la comprensión que, frente a una creciente expectativa pública, será el comportamiento, la relación y el involucramiento social aquello de lo que dependerá la licencia para que la empresa pueda operar en el largo plazo sin mayores contratiempos.

Más allá de eso, se trata de comprender que alinear la RSE a la estrategia empresarial, redundará en más y mejores negocios, y contribuirá así a generar el clima necesario en el entorno para prosperar, crecer y desarrollar todo el potencial que una organización pueda tener de cara a producir sus bienes y servicios, mientras contribuye a la vez, a construir un mercado con las posibilidades de adquirirlos, disfrutarlos y valorarlos.

La primera responsabilidad de toda empresa es ser rentable, solo así asegura su permanencia y sostenibilidad en el largo plazo, sin embargo, no se puede ser rentable a cualquier costo. Por ello, la forma en que operamos debe prever aquellos impactos e implicaciones negativas que deban ser mitigados, a la vez que debe procurar establecer un modelo de negocio que genere valor compartido. Una empresa socialmente responsable será aquella que asuma el reto de hacer sostenible a la empresa, a la vez que hace lo propio con el entorno donde opera, es aquella que invierte en sí misma y lo hace en la sociedad de la que forma parte, procurando rentabilizar ambos ámbitos de inversión por la vía de traducirlos en beneficios concretos, tangibles, medibles y verificables.

La RSE cobra una perspectiva diferente cuando, más allá del programa o la iniciativa puntual, se implementa como parte del portafolio de inversión, y al igual que con las inversiones de negocio, a aquellas que tienen un impacto social, se les asigna un valor de retorno medible. Se trata entonces de convertir el “gasto” en inversión, de medir, por tanto, a través del diseño de indicadores apropiados, el impacto positivo de dicha inversión, logrando así determinar la contribución al avance social y de la empresa al crecimiento y las posibilidades de multiplicar beneficios en el tiempo.

Una sólida estrategia de RSE deberá velar por la generación de valor social, valor reputacional para la empresa, e incluso, valor económico cuando el diseño de tal aproximación, alineada al núcleo del negocio, permita mejorar el rendimiento de nuestra propia operación.

El reto estará en sensibilizar a nuestras organizaciones, alinear a nuestros equipos, incorporar estructuralmente a la RSE como parte de nuestra cadena de valor, comprender que debemos procurar un retorno en cualquiera de estas dimensiones para nuestro negocio y la sociedad, solo así esteremos generando la rentabilidad combinada y apropiada para hacer que los esfuerzos sean sostenibles, obteniendo con ello lo necesario para mantener un esfuerzo de largo aliento que, con ello, produzca las transformaciones que nuestra  empresa y nuestra sociedad requieren en beneficio de su crecimiento, desarrollo y progreso para todos.